En El Hornillo, camino de la risquera por una senda empinada se llega a Los Roperos, que debe su nombre a que antaño allí iban las mujeres a lavar su ropa el sus lavaderos naturales, piletas excavadas por el paso del tiempo y cascadas y surtidores lo convierten en el mejor lugar para hacer la colada, y las grandes lanchas son un excepcional secadero de ropa. Mientras esto se realizaba allí pasaban el día entre chascarrillos y risas hasta que el atardecer las devolvía a la aldea.
Estando en el lugar, imaginando esta situación el viajero escucho una voz que le sobresaltó:
-- Has de saber que este lugar es sagrado.
-- Por cierto que lo es –- contesto el viajero -– y si no lo es debería serlo por lo ameno y sosegado.
Tenía la joven la mirada muy profunda y su voz era dulce y severa al mismo tiempo.
-- No queda memoria -- contestó -- de los tiempos en que las muchachas como yo subían aquí con el canasto de ropa. Tal día como hoy, las gentes del hornillo se disponían a honrar a Dios, no saliendo los labradores a los campos, no hilando las hilanderas... todas menos una. Dicen que aquella joven era la más hermosa de El Hornillo, mas quiso su pecado ser la avaricia, pensando que mientras en la aldea todos pasaban el tiempo en fiesta y descanso, ella pudiera adelantar trabajo. Y tomó camino de los roperos de buena mañana sin ser notada, con su cesto de ropa y su jabón. Al llegar se puso a la labor sin demora y pronto llegó el mediodía y se oía a lo lejos el tañir de las campanas y el bullicio de los aldeanos. Mientras pensaba, gozad, gozad, que yo voy a ganar mis buenos cuartos y gastarlos en lo que quiera.
Acabada su tarea y siendo aún temprano para regresar, quiso disfrutar del día con un refrescante baño, así que se desnudó y gozó de aquel paisaje entre risas y cantos, en la soledad y el placer. Cansada del baño se tendió en las lanchas y le sobrevino un profundo sueño, en el que pudio escuchar una voz que decía: pues has preferido trabajar en lugar de honrar a Dios tu Señor, quédate aquí dormida para siempre.
Esperaba el viajero que la muchacha terminara su relato, pero al volver la cabeza, había desaparecido. La busco por todos los lugares y la llamó sin descanso, pero no la halló. Llegando el atardecer en tan infructuosa búsqueda, decidió volver sus pasos hacia El Hornillo, pero antes giro la cabeza hacia aquel lugar maravilloso y en la misma piedra donde estuvo sentado escuchando el relato, pudo adivinar la silueta de una mujer tendida, tal y como la joven le había relatado.
Los lugareños conocen esta figura con el nombre de la mujer muerta.